martes, 1 de noviembre de 2011

Mujeres y trabajo: los cambios que aún faltan.

La noticia de que una terminal de la industria automotriz ha incorporado una mujer entre sus operarios es descripta como parte de "una estrategia global que llega a la Argentina" (según se señala en Clarín del 26 de diciembre).

La nota refiere que Laura G., cuyo padre es desde hace años operario de esa industria, ha visto frustrado su deseo de estudiar industrial cuando era una niña porque "eso no era para chicas". Parecería que ahora sí lo es, pues actualmente no la mandan a "lavar los platos" como ocurría en otros tiempos —no tan lejanos— con las mujeres.
Cambió la industria automotriz en sus modos de producción y lentamente van cambiando también las mentalidades: aparentemente, en nombre de la diversidad, se van incorporando cada vez más mujeres a un mercado de trabajo formal, en un contexto que sigue siendo bastante esquivo con ellas en este aspecto.

Nuestro país sigue la tendencia de los otros países latinoamericanos en donde las mujeres padecen un mayor índice de desempleo y de precarización en el empleo formal que los varones.

Celebramos la noticia sobre la aplicación de este criterio de diversidad, pues los nuevos escenarios laborales, guiados por la globalización, asumen que es favorable a toda empresa la riqueza que aporta la diversidad proporcionada por gente de distintos grupos sociales, etnias y culturas, de gente con capacidades diferentes, de las mujeres, etc.

El problema es que, así planteado, las mujeres son consideradas como un grupo más de todos los mencionados. O sea, el género femenino no aparece como un grupo específico con sus propias necesidades, su prolongada y legítima historia laboral y sus modos específicos de subjetivación genérica en relación con el trabajo que se realiza.

Se produce así el fenómeno que he llamado "la comatización (por coma, signo de puntuación) de las mujeres". De esta manera, cada elemento del conjunto pierde su especificidad y queda como otro más de este nuevo universo que se describe, entre los que se hallan, por ejemplo etnias, discapacitados, mujeres.

La crítica radica en que entre la gente de distintas etnias, o entre la gente discapacitada, hay varones y mujeres, pero esta diferencia genérica queda borroneada cuando se coloca una coma y se describe la propuesta de la diversidad en términos de discapacitados, mujeres, etc., sin considerar la particularidad de cada uno de ellos. El artificio del lenguaje, en nombre de la diversidad, neutraliza la especificidad femenina en el momento de trabajar.

Del mismo modo, la expresión globalizada incluye una propuesta de integración de las mujeres al mercado laboral. Una vez más, el término "integración" resulta sospechoso. Así, se "integra" a las mujeres a las culturas laborales en modos de organización que resulten funcionales a las necesidades de la empresa, con la pretensión de que las mujeres se igualen a la cultura masculina del trabajo.

Esto se realiza en nombre de la globalización, pero esta no afecta en modo idéntico a todas las naciones, ni a todas las personas: su asimetría se produce entre los países y las regiones, y también es asimétrica en cuanto a los géneros.

La integración de las mujeres habrá de producirse sólo en tanto se incorporen dócilmente a un universo laboral diseñado exclusivamente dentro de la perspectiva masculina del trabajo.

Mientras tanto, y tal como cierra la nota mencionada al comienzo, la protagonista ha de enfrentarse con un conflicto subjetivo de posicionamiento en su género con un doble funcionamiento mental.

En esta situación las mujeres encuentran que las leyes que rigen los vínculos laborales son diferentes a las que rigen la vida privada. Esto les exige un doble funcionamiento mental, una de cuyas consecuencias es que parecería que deberían elegir uno de los dos como conocido y el otro como ajeno. Otro de sus efectos se produce en el orden afectivo, bajo la forma de sentimientos de inadecuación, de inutilidad, de desvalorización, etc.

Algunas de las resoluciones habituales consisten en que, al no poder concebir mediaciones que les permitan el pasaje del ámbito privado al ámbito público, las mujeres tratan de resolver el conflicto mediante la oposición entre el amor y el trabajo. Una de sus resultantes son los síntomas por los que concurren a la consulta psicológica.

Laura G. por una parte se dirige al trabajo a las cuatro de la mañana, junto con su padre, y simultáneamente atiende las necesidades de adaptación al jardín de infantes de su hijito. Las implicaciones de esta descripción son evidentes: trabajará como un hombre dentro de un universo diseñado desde la perspectiva masculina, pero seguirá sintiendo y pensando como una mujer, madre en este caso. Esto es así porque aunque los discursos que se enuncian acerca de la igualdad de oportunidades laborales son políticamente muy correctos, en las prácticas concretas las mujeres siguen siendo las principales responsables de la crianza temprana de sus hijos.

Es que la igualación se está produciendo en el sentido de la masculinización y el posicionamiento en su género para las mujeres que desean avanzar en sus carreras laborales les impone incorporarse a una cultura del trabajo masculina, mientras que en relación a la maternidad su posicionamiento en el género sigue siendo todavía tradicional: siguen siendo la regla los cuidados tempranos con mucha presencia física materna o de alguna mujer que reemplace a la madre y aquellos casos en que los padres intervienen en la crianza de sus hijos pequeños se relatan como excepciones —generalmente impulsados por sus problemas de empleo precario o endeble—.

Estas condiciones de avance en el empleo femenino requieren que también los hombres modifiquen su posición subjetiva y sus prácticas en la vida cotidiana incorporándose al escenario familiar y doméstico. De lo contrario, para las mujeres seguirá en pie el desafío de hacer compatibles el desarrollo laboral y la crianza de los niños. Este es un conflicto que no sólo ha de encarar el género femenino sino la sociedad en su conjunto.

Las mujeres trabajan más horas por menor remuneración

En comparación con sus colegas masculinos, las mujeres trabajan durante jornadas más prolongadas y ganan menos. Este es el principal resultado de una comparación internacional sobre la brecha salarial de género, basada en una encuesta que obtuvo medio millón de respuestas y que realizara la Wage Indicator Foundation entre 2006 y 2010.

Este resultado es independiente del nivel de desarrollo de la economía o la región. Sin embargo, cuanto más desarrollado el país y menos tradicionalista la sociedad, menor es la brecha de género. Por ejemplo, una mujer dinamarquesa gana el 91% de lo que obtiene su igual masculino. En el extremo opuesto, la mujer india gana apenas el 64% de lo recibe su equivalente masculino.

En general, las mujeres muestran un mayor grado de insatisfacción que los hombres. Esto es atribuido al hecho que, concluida su jornada de labor, les espera aún hacerse cargo de las tareas del hogar. Por tanto, su jornada de trabajo total es siempre más extensa que la de los hombres. Cerca de la mitad de las mujeres manifiestan su insatisfacción con esta situación en contraste con la gran mayoría de los hombres que se expresan conformes con cómo disfrutan las horas de ocio luego de su jornada de trabajo. 
Este informe ha sido publicado con motivo del Día Internacional de la Mujer que se celebra el 8 de Marzo y puede leerse completo en su versión en inglés en The Gender Gap.
La Wage Indicator Foundation viene recopilando información sobre salarios vía Internet desde 2001 en un número creciente de países que totaliza 55 en 2011. La base de datos es actualizada permanentemente.